martes, 4 de noviembre de 2014

Eskutitzak - Cartas



BOSQUE

Juntos los árboles apiñados como en una alfombra, se ve mecerse al bosque bajo el fuerte viento y entonces se percibe que el árbol y el bosque es lo mismo.
Quien lo observa con tranquilidad se da cuenta que recuerda al mar, las algas, el pelo de las ovejas... o a tantas cosas en su unidad.
Si un árbol nos da respeto, mucho mas nos lo da el bosque y es por ello que hemos colocado en él nuestros fantasmas. Pequeño se siente el hombre cuando la tormenta o la noche lo sorprenden en el bosque.
Abiertos los sentidos se puede percibir la realidad del bosque en su interior y es entonces cuando brota la unidad entre el hombre y el bosque en un punto, el único posible en la percepción y que nos acerca a la unidad lejos del “homo faber”  que niega su pulso, su respirar, su esencia.
Brotando hacia el cielo sus ramas y hacia la tierra creciendo sus raíces, no queda sujeto al tiempo que establece el hombre. El bosque simplemente es.
Entrar en el bosque, trascender la realidad y encontrarse en un mundo paralelo siempre real y siempre imaginado, como si fuese un bucear en un espacio a ras y no por debajo, sin el artificio del oxigeno, no necesario, pues sigue siendo nuestro ambiente pero es otro el espacio, los árboles en su interior se agrupan o se disgregan y es único su canto. Hileras o grupos de especies diferentes: robles, hayas, fresnos, castaños, solo troncos huecos que sirven de casa a los búhos, troncos vencidos por el tiempo interfiriendo caminos que en realidad no van sino a nuestros propios sueños.
En el bosque el pulso es otro. Baja de vez en cuando algún riachuelo, o los helechos lo cubren todo, a veces los brezos, a veces los suelos se tornan ácidos, a veces la hojarasca lo cubre todo.
Cuando el bosque esta quieto, allá en las copas nada sucede, es como si nos observaran, somos el hombre, lo distinto. Cuando se agitan las copas, crujen los troncos y somos presa del temor, allá en cualquier parte cualquier cosa puede suceder, bordas caídas de antiguos carboneros, árboles en todas direcciones, brotes también jóvenes pero que no llegará al cielo si no cae antes un árbol grande.
El bosque se torna laberíntico y si es la niebla la que lo visita aún es mas enigmático.
A veces el sol lo atraviesa con algún rayo y cambia la coloración, a veces un claro en el bosque nos devuelve a la posibilidad de nuestro mundo organizado. En el bosque no sirven nuestros esquema humanos, son las leyes del bosque o es en si mismo el bosque, ni tan siquiera la individualidad del árbol que nosotros así quisiéramos para mejor comprender su conjunto. Nosotros vamos y venimos, pero el bosque permanece.
Amanece o va amaneciendo, que no es algo que ocurra como de golpe y tampoco se puede saber cuando ha amanecido, desperezarse, sentir ese frescor primaveral. Los días son ya mas largos.
Mirar por la ventana como para comprobar que seguimos aquí, como para reconocernos y reconstruir de nuevo nuestro personaje.

Los árboles están ahí, al otro lado del cristal, quietos, si, esta debe ser la casa y por tanto yo, los árboles son testigos del auto reconocimiento. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario