lunes, 10 de noviembre de 2014

eskutitzak - cartas



INVIERNO - Negua

Los días calurosos y luminosos no son muchos, el invierno se hace largo y el Hernio blanqueará su cabeza desde noviembre hasta mayo inclusive.
La noche es el invierno y no sólo nos cambia a nosotros,  transforma la naturaleza entera “los seres de la noche para la noche”.
Es el invierno y quien sabe si los árboles no susurran entre si cuando ven pasar al hombre con su hacha.
Caminaba hoy a la tarde por el monte cuando he acabado en un viejo caserío para refugiarme de la lluvia. Allá en el vientre de la piedra que construye el muro allá entre las losas y los dinteles, sobre las zapata, se yergue altivo el árbol reconstruido, como memoria, con sus mil brazos como diosa hindú, trabándose, apoyándose, haciéndose horquillas o caballos y por fin el tejado.
Sentado en medio de este desvencijado caserío, memoria de memoria miro asombrado hacia arriba, algo de luz que todavía entra a través de las rotas contraventanas y de un tejado en lugares roído por la humedad que lo hunde, falta parte del suelo de la primera planta y puedo ver mas arriba, dejado en el olvido persiste. Aquí hubo hombres que vinieron y construyeron, amaron y soñaron, ahora solo quietud, como ahí fuera en el bosque, se alza el árbol reconstruido, ajeno a mi presencia, antes en el bosque y ahora aquí, solo somos anécdota.
Va oscureciendo y como en una secuencia del cine mudo la luz se marcha, quien sabe si no a dormir entre los brazos de este bosque interno.
Agua, nieve, regreso hacia casa. Tengo que cortar leña, el invierno con sus mil acentos como copos de nieve debe ser previsto.
Con la nieve el bosque se transmuta y sigue su curso, simplemente está, es.
¿No fue acaso injusto el hombre que marco la edad de la piedra, la edad del bronce, la edad del hierro y olvido la de la madera?
¿Acaso no fueron todas las edades de la madera?
El calor de las cavernas, las primeras lanza endurecidas al fuego, el carbón que decoró las paredes y los cuerpos, las chozas, el hacha, la azada, el arco, el arado y la embarcación.
¿No es acaso temerario el olvido?
Solo la humildad nos podría salvar de semejante acción pero al árbol le da lo mismo, somos nosotros mismos que como peonzas de madera giramos en derredor nuestro.
Sus estaciones, sus inviernos también dieron este resultado. Posiblemente sus semillas continúen la labor en el fértil bosque.
Insectos y animales van y vienen, como nosotros, pero ellos permanecen.
A estos desnudos árboles invernales volverán las hojas para el calor del verano, todo sigue su curso.
Nieve en los montes, charcos helados, fuego en la estufa, el resto de madera espera apilada.
Tomo la azuela y voy quitando escamas a este hermoso tronco que sigue noble bajo el acero que dibuja su cuerpo aquí tendido.
Recuerdo a mi padre construyendo con otros ese enorme árbol interior del caserío, levantando los postes al grito de “Gizon egin” (hacerlo hombre)...
Sigo tallando, astillas para el fuego, sigo pensando.







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